Booking: Los 1 no bajan tu nota. El problema son los 8 y los 9
Publicada 25/11/25
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Durante años, los hoteleros han temido los unos. Esa reseña furiosa, injusta, que parece capaz de tirar abajo la reputación de un hotel. Pero los datos —y un poco de matemática— demuestran algo muy distinto: los unos no hacen pupa. El verdadero peligro está en las buenas notas.
El mito del uno
El uno asusta. Se comenta en recepción, se imprime y se analiza como si fuera una tragedia. Pero un uno es ruido, no tendencia. Es una chispa estadística que no cambia el promedio. El verdadero enemigo del hotel no es el cliente que grita: es el que calla con un ocho.
Quien pone un ocho no se queja, pero tampoco vuelve.
El ocho sonríe y dice “todo bien”. Pero el “todo bien” es donde muere la excelencia. Es la nota del cliente templado, el que no protesta, pero tampoco recomienda. Esa es la zona peligrosa: la del hotel correcto, pero olvidable.
El miedo del hotelero tiene explicación. Booking se ha convertido en su espejo. Es el lugar donde el cliente compara, el gran oráculo de la reputación. Y todos los hoteleros asumen tres verdades incuestionables:
- El cliente elige desde Booking.
- La puntuación define la decisión.
- Una mejor nota permite subir precios con legitimidad.
Por eso, cuando un huésped amenaza con “poner un uno”, el hotelero siente que su negocio tiembla. Pero la estadística desactiva el miedo: en un hotel que funciona, los unos, doses y treses no tienen peso real. Son anomalías que el volumen de ochos, nueves y dieces diluye por completo.
El peso invisible de los ochos
El problema está en los ochos. En los cientos de ochos que arrastran a un hotel con 8,4 y no le dejan subir al 9,0. Son huéspedes satisfechos, pero no entusiasmados. Cambiar un 25 % de esos ochos por nueves equivale a un salto de calidad medible. Es ahí donde el hotel puede actuar, y está en su mano hacerlo.
Convencer a un cliente contento de valorar con un punto más es infinitamente más fácil que borrar una reseña negativa. Basta una conversación amable, un detalle final, una despedida sincera. Mientras el huésped sigue en el hotel, hay margen para influir, emocionar y convertir.
El reto de los nueves
Luego está la cumbre: los hoteles de los nueves. Los que ya respiran el aire de la excelencia y luchan por subir una décima más. Un 9,0, un 9,1, un 9,2 parecen idénticos, pero detrás hay batallas milimétricas. Subir de 9,4 a 9,5 puede llevar meses de trabajo y consistencia absoluta.
¿Lo sabías? En toda España apenas una decena de hoteles sostienen un 9,8.
Ahí está el Olimpo. Los que han domesticado la variabilidad, los que han eliminado casi todos los ochos y nueves. Porque la perfección no depende de tener más reseñas, sino de tener más dieces seguidos. Mil dieces consecutivos pesan más que quince mil reseñas mezcladas de ochos, nueves y dieces.
La diferencia entre un 9,6 y un 9,8 no está en el desayuno ni en la piscina, sino en la coherencia. En que cada huésped viva la misma experiencia brillante, una y otra vez.
Moraleja
Por eso, los unos no hacen pupa. Los unos se olvidan. La verdadera herida está en los ochos, en los clientes templados que no regresan. Y el verdadero reto está en los nueves, en convertirlos en dieces, en alcanzar esa constancia que convierte lo bueno en legendario.
Un hotel no se derrumba por una mala reseña, sino por la indiferencia de quienes no encontraron motivos para poner un diez. Los grandes hoteles no viven obsesionados con los unos: viven concentrados en los dieces.