El futuro del turismo en la nueva sociedad que nos aguarda
7 julio, 2025 (06:54:29)Hacer prospectiva es un ejercicio tan fascinante como arriesgado. Pero a la vez necesario para gestionar la incertidumbre, prepararnos y evitar la improvisación, contemplando las posibles consecuencias a medio y largo plazo de escenarios verosímiles o con un impacto potencial tal, que todo buen estratega debe tenerlos en mente.
El sector turismo está en un momento que unos calificarían como dulce, otros como crítico, pero que en todo caso podríamos calificar como un tiempo de cambios profundos, sobre lo cual incide este artículo. Si la desmesura de sus crecimientos por doquier (como medida de éxito ya demodé) está ocasionando problemas muy serios (masificación, turistificación, turismofobia, gentrificación, etc.) en relación con la capacidad de absorción que cabe atribuir al entorno físico en el que tiene lugar la actividad turística, sus infraestructuras y el medio ambiente, así como al medio social que lo soporta, lo que se les puede venir encima a muchos destinos empeoraría todos esos problemas si no anticipan los cambios sociales que, verisímilmente, parecen avecinarse, para planificar de forma coherente con base en la búsqueda del bien común, ese en el que todas las partes interesadas se ven suficientemente reflejados. La improvisación, como suele ocurrir, no es buena consejera en estos casos. A estas alturas ya deberíamos haber aprendido que reemplazar la planificación integral por las ocurrencias de pelajes diversos no da bueno resultados, sino desequilibrios e ineficacia.
Diversos estudios destacan que la reducción del tiempo de trabajo y la automatización aumentarán el ocio disponible, por lo que se espera un alza continuada de los viajes que agravará globalmente los problemas vinculados al sobreturismo. Las evidencias sugieren que el turismo continuará creciendo junto con el tiempo libre, pero el resultado dependerá de las decisiones colectivas en torno a cómo evolucionará el turismo. Este debate es ya central en los estudios turísticos, pues exige repensar la organización social en su conjunto para que el tiempo liberado se traduzca en un valor real para el crecimiento personal y no en un simple aumento del turismo de masas como consecuencia de la mayor frecuencia y duración de los viajes, del surgimiento de microdestinos hasta ahora sin una expresión relevante, o el “panturismo” (ver: https://www.hosteltur.com/comunidad/005960_nos-encaminamos-hacia-el-panturismo.html).
Pensemos, como factores impulsores, en la automatización y la robotización, que tienden a eliminar las tareas rutinarias; el crecimiento de clases medias deseosas de viajar en países emergentes como India, Indonesia, etc. (por citar a algunos gigantes de la nueva economía mundial); propuestas de jornadas de trabajo más cortas (en horas o días a la semana) para mejorar la conciliación con la vida familiar y facilitar la economía (o veces sobredependencia) turística.
Y pensemos también en los desafíos y límites de lo antedicho: saturación de recursos naturales y urbanísticos (abastecimiento de agua, tratamiento de residuos, problemas de movilidad, etc.); turismofobia entre residentes; necesidad de ingresos suficientes (una renta básica, por ejemplo) para sustentar el consumo turístico; adaptación al cambio climático (el estrés ambiental podría llegar a ser insalvable en ciertos destinos, como estamos empezando a atisbar con las cada vez más frecuentes, largas e intensas olas de calor).
Ocio versus Ociosidad
La sociedad del ocio se ha definido tradicionalmente como aquella en la que el tiempo libre crece y se valora tanto como las necesidades básicas. Sin embargo, algunos autores distinguen entre ocio y ociosidad: el ocio sería el tiempo libre aprovechado en actividades culturales, deportivas o creativas, mientras que la ociosidad es el tiempo improductivo dedicado, básicamente, a no hacer nada porque no se sabe o se encuentra qué hacer. En una sociedad del ocio el tiempo libre se considera valioso para la creatividad y el bienestar colectivo, pero en una sociedad de la ociosidad ese tiempo se desperdicia, lo que puede generar estancamiento cultural y social. Esta distinción resulta clave al analizar el turismo del futuro: ¿habremos avanzado hacia un uso activo del tiempo libre en viajes enriquecedores, o caeremos en la ociosidad improductiva e insustancial que solo implica más congestión de los destinos turísticos?
Tendencias tecnológicas y laborales
La perspectiva de una reducción general del trabajo remunerado se apoya en varios factores. Por un lado, la automatización y la inteligencia artificial prometen reducir la necesidad de empleo humano, especialmente en tareas rutinarias, también en las ocupaciones vinculadas al turismo. Aunque en este campo las estimaciones son muy divergentes (véase: https://www.albasud.org/noticia/es/1670/futuro-del-trabajo-turistico-iquest-nos-atenderan-robots), todas ellas coinciden en que los trabajadores menos cualificados serán los más afectados.
Por otro lado, se discute sobre la disminución de la jornada laboral: en algunos países, como Nueva Zelanda, se propuso esta medida para estimular el turismo interno, en un intento de reactivar la economía tras el impacto de la covid-19. La por entonces (2020) primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, señaló que reducir la semana laboral a cuatro días “ciertamente ayudaría al turismo en todo el país”, al dar más tiempo libre a la población (ver: https://elpais.com/sociedad/2020-05-20/la-primera-ministra-de-nueva-zelanda-sugiere-una-semana-laboral-de-cuatro-dias-para-reactivar-la-economia.html).
Estos cambios laborales se enmarcan en una tendencia histórica: el aumento de la productividad y la renta per cápita lleva a reducir las horas de trabajo y a aumentar el ocio disponible, que cada vez se valora más. Tendencias demográficas como el envejecimiento y mayor longevidad también influyen: la economía del tiempo libre se ve favorecida por tener más jubilados activos y clases medias en auge (por ejemplo, en Asia), dispuestas a viajar. En síntesis, la suma de automatización, debates sobre reducción de jornada laboral y semana de cuatro días, así como una mayor prosperidad, dibuja un escenario en el que el tiempo disponible para el ocio crecerá en las próximas décadas.
Implicaciones para el turismo
Con más tiempo libre cabe esperar un incremento de la demanda turística. De hecho, históricamente el turismo ha ido de la mano del crecimiento económico y la valorización del ocio: entre 1950 y 2013 el turismo internacional creció una media anual del ~4%, superando 1.000 millones de viajeros en 2013. Se proyecta que para 2030 habrá ~1.800 millones de turistas internacionales y para 2050 hasta 4.700 millones, es decir, un viaje por turismo internacional aproximadamente por cada dos personas en el planeta. Este enorme crecimiento previsto (las economías emergentes impulsarán la expansión) refuerza la idea de que cada vez viajarán más personas, ya veremos si de forma ambiental y socialmente sostenible (véase: https://www2.ulpgc.es/hege/almacen/download/7111/7111833/conferencia_dr_carmelo_leon_12.pdf).
El turismo también podría mutar en sus modelos. Con más disponibilidad de tiempo, se abrirían mercados a viajes más largos y “experienciales”, a estancias combinadas con formación o voluntariado, a un turismo local reforzado o “staycations” (ocio cerca de casa), a viajes de larga duración para bienestar o aprendizaje, etc. Tal vez emerja un “panturismo” (término referenciado más arriba): un fenómeno donde incluso los lugares más pequeños buscan convertirse en destinos turísticos ofreciendo experiencias auténticas y diversificadas, impulsándose un turismo transformador, convertido en una herramienta para el desarrollo personal y colectivo, que transforma la oferta turística en algo que refleja la identidad y los valores de cada comunidad. Es decir, bien gestionada, la expansión del ocio permitiría un turismo más creativo y enriquecedor (de ahí que se aprecie al turismo como la “industria de la felicidad” por su capacidad para generar un bienestar prolongado).
No obstante, este panorama ideal depende de que el tiempo libre no se transforme en una ociosidad masiva que se limite a aumentar, sin más, la masificación de los destinos. Este riesgo no es descabellado si, además de lo que se expresa seguidamente, tenemos en cuenta que venimos de una sociedad construida en torno al valor del trabajo. ¿Qué ocurrirá cuando éste ya no llene la parte más significativa de nuestro tiempo, ni todo el entramado social gire en torno a él?
Congestión y sostenibilidad
Sin duda, un turismo en aumento plantea evidentes retos de sostenibilidad. Centros históricos, playas y otros lugares emblemáticos ya sufren el sobreturismo o saturación turística, habiendo ocasionado protestas vecinales (de forma más o menos multitudinaria, se han extendido cuan mancha de aceite) y desplazamiento de residentes que no pueden ignorarse (ver: https://www.hosteltur.com/comunidad/005987_turistificacion-de-las-ciudades.html).
Destinos muy visitados se masifican hasta tal punto que los residentes y trabajadores locales empiezan a percibir que, junto a la actividad económica que genera el turismo, hay problemas graves que afectan a su calidad de vida: se tensionan las infraestructuras (vivienda, transporte, servicios públicos) y aumenta el coste de la vida en la zona hasta el punto de, incluso, expulsar a la población local.
El desplazamiento global de turistas también se hace sentir en nuevos destinos. Según el sociólogo Marco d’Eramo, en 1950 el 98% del turismo internacional se concentraba en 15 países; en 2007 esa cifra había caído al 57%, indicando que cada vez más regiones atraen viajeros. Esto puede ser positivo (diversifica el flujo), pero implica que cada rincón busca ser aprovechado como destino, muchas veces sin la infraestructura adecuada (lo del “panturismo” referido). El riesgo es ver un turismo disperso e incontrolado si no se planifica bien.
En el contexto expuesto, se abre un dilema: ¿podrán los destinos absorber el creciente número de turistas? La experiencia reciente muestra que no es así: aunque las economías se benefician del turismo, la saturación tiene límites y genera malestar social. Muchos gobiernos ya han implementado figuras tributarias, restricciones al alojamiento turístico, campañas de promoción de rutas alternativas para mitigar la concentración en determinados puntos o zonas... Sin embargo, con más tiempo de ocio global, estos problemas podrían agravarse si la oferta no se gestiona convenientemente. Si hoy ya tenemos motivos para la preocupación, mañana podrán ser aún más severos.
Hacia un uso activo del tiempo libre
También caben contraargumentos en el análisis de esta visión prospectiva. Por un lado, el crecimiento del turismo puede encontrar límites físicos y sociales, ya sean derivados de los choques climáticos, de las restricciones a las emisiones de gases de efecto invernadero, de pandemias, guerras u otras crisis sanitarias y geopolíticas que podrían moderar la expansión de los viajes. Además, la distribución de los ingresos será clave: como ya han advertido algunos autores, si la automatización lleva a menos trabajo, pero no se acompaña de un ingreso básico o similar al preexistente, gran parte de la población podría carecer de recursos para viajar. En otras palabras, una sociedad sin ingresos suficientes no podría aumentar (ni siquiera, quizás, sostener) el consumo turístico. Es un riesgo real: más ocio no garantiza más turismo si no existe poder adquisitivo.
Por otra parte, está en disputa la propia naturaleza del ocio futuro. Mientras algunos prevén jornadas de 4 días o 30 horas por semana basadas en mayores productividades (como defendió Rutger Bregman siguiendo a Keynes, https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2017-03-22/rutger-bregman-economia-renta-basica-capitalismo-trabajo_1352062/), otros advierten de los desequilibrios: en el modelo actual la reducción de trabajo podría profundizar desigualdades si los beneficios no se comparten. Entre los expertos hay consenso en que el balance trabajo-ocio se transformará, pero no de forma homogénea.
En todo caso, el futuro del turismo dependerá en gran medida de políticas y planificaciones inteligentes. Si se logra canalizar el mayor tiempo libre hacia actividades positivas (como educación, cultura y servicios comunitarios) en lugar de mero consumo pasivo, podríamos evitar caer en la sociedad de la ociosidad. Es decir, el reto será usarlo para un ocio activo que impulse la innovación social, no para desencadenar aburrimiento masivo.
Conclusión
En suma, es plausible que factores como la revolución tecnológica, el aumento de la productividad y la reducción de la jornada laboral generen más tiempo libre en las próximas décadas, traduciéndose en más viajes y en una mayor valoración del turismo como instrumento de bienestar. No obstante, para llegar a alcanzar un resultado positivo se ha de fomentar la sociedad del ocio (entendido como el uso activo del tiempo) y gestionar cuidadosamente los destinos para evitar la saturación y la mera ociosidad. La investigación y las políticas turísticas tendrán que anticipar estos escenarios para orientar el cambio de manera sostenible y equitativa, o sea, armónica (https://www.hosteltur.com/comunidad/005884_gestion-de-destinos-cerca-o-lejos-de-la-armonia.html). Y para lograrlo se necesitan gestores, privados y públicos, que lo entiendan y sean capaces de poner en marcha los mecanismos de gobernanza necesarios, que no suelen ser los que actualmente dominan el paisaje del sector.

Fuente de la imagen: Copilot.
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