Turismo histórico

Ni castillos ni catedrales: el Bien de Interés Cultural más antiguo de España lleva miles de años oculto bajo tierra

Descubierta en el siglo XIX y declarada Patrimonio Mundial, la cueva de Santillana del Mar conserva las pinturas paleolíticas más célebres de Europa

Ni castillos ni catedrales: el Bien de Interés Cultural más antiguo de España lleva miles de años oculto bajo tierra

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España cuenta con más de 17.000 Bienes de Interés Cultural repartidos por todo el país, desde fortalezas medievales hasta templos románicos y palacios renacentistas. Sin embargo, el más antiguo de todos ellos no es un castillo ni una catedral. Su origen se remonta a miles de años atrás, mucho antes de que existieran reinos o ciudades, y permanece oculto bajo tierra desde hace milenios. Hoy, el acceso directo a la cavidad está limitado a solo cinco personas por semana, aunque el yacimiento ofrece experiencias inmersivas que permiten al público acercarse a los orígenes del arte europeo.

El Bien de Interés Cultural más antiguo de España se encuentra en una pequeña localidad cántabra: la Cueva de Altamira. Reconocida por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, fue el primer lugar donde se identificó el arte rupestre paleolítico.

Sus bisontes, ciervos y caballos, pintados hace más de 16.000 años, revolucionaron la visión científica sobre la capacidad artística de los pueblos prehistóricos
Sus bisontes, ciervos y caballos, pintados hace más de 16.000 años, revolucionaron la visión científica sobre la capacidad artística de los pueblos prehistóricos. Fuente: Adobe Stock.

El hallazgo de la cueva se produjo en 1868, cuando el cazador Modesto Cubillas localizó por azar la entrada. Años más tarde, en 1879, Marcelino Sanz de Sautuola presentó al mundo sus pinturas paleolíticas, un descubrimiento que marcaría un antes y un después en la historia del arte y convertiría a Altamira en un referente universal.

Aquel anuncio, lejos de generar consenso, despertó un intenso debate, la comunidad científica se resistía a aceptar que los grupos prehistóricos hubieran alcanzado un nivel artístico tan elevado. Hubo que esperar dos décadas hasta que, tras nuevas investigaciones, se reconoció su autenticidad, un hecho que transformó por completo la visión de la prehistoria.

Las pinturas, realizadas entre el 35.000 y el 13.000 a. C., constituyen uno de los ejemplos más sobresalientes del arte rupestre europeo

Los artistas aprovecharon los relieves naturales de la roca para dar volumen a las figuras, trazaron los contornos con sílex y los rellenaron con pigmentos minerales en tonos rojos, amarillos y negros. El resultado son escenas de gran realismo: bisontes policromos, caballos que alcanzan los 1,70 metros y una cierva de más de dos metros de longitud. Este dominio de la técnica y la expresividad ha llevado a que Altamira sea conocida como la “Capilla Sixtina del arte rupestre”.

El reconocimiento internacional llegó en 1985, cuando la cueva fue inscrita en la lista de Patrimonio Mundial de la Unesco. En 2008, este distintivo se amplió a otras 17 cavidades con arte paleolítico del norte peninsular, consolidando a Altamira como epicentro de un paisaje cultural único.

Del turismo masivo al acceso limitado para su conservación

La admiración que despertaban sus murales también trajo consigo un desafío: su conservación. A lo largo del siglo XX, la cueva recibió visitas masivas, con miles de personas entrando cada semana. El impacto fue tal que en la década de 1970 se alcanzaron más de 170.000 visitantes anuales, una cifra que alteró de forma evidente el microclima del interior.

En 1979 se detectó una decoloración en una de las figuras y la cueva se cerró por primera vez, y durante cinco años, un equipo multidisciplinar estudió los efectos de la presencia humana y, cuando reabrió en 1985, las visitas quedaron restringidas a 200 personas por semana.

Este modelo funcionó durante dos décadas sin que se apreciaran daños, pero en 2002 un nuevo cierre volvió a ser necesario al detectarse manchas verdes de microorganismos. Los estudios científicos aconsejaron limitar aún más la presión turística y, en paralelo, se impulsó el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, con su Neocueva como alternativa para el gran público.

Finalmente, tras nuevas investigaciones en 2012 que demostraron que era posible compatibilizar conservación y presencia humana bajo condiciones muy estrictas, en 2015 se abrió un acceso experimental que hoy permite la entrada de apenas cinco personas a la semana.

Desde entonces, su conservación se ha convertido en una prioridad absoluta. Equipos del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto del Patrimonio Cultural de España vigilan la cavidad de manera constante, monitorizando la humedad, la temperatura y la presencia de microorganismos para garantizar la preservación de los murales.

Quienes logran acceder forman parte de una experiencia casi irrepetible, marcada por la sensación de contemplar una obra que ha sobrevivido más de 30.000 años.

Para el resto de visitantes, el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, inaugurado en 1979, ofrece un acercamiento riguroso y accesible. Su mayor atractivo es la Neocueva, una reproducción exacta de la cavidad original que permite observar los bisontes y ciervas en el mismo contexto en que fueron pintados.

A esta réplica se suman exposiciones permanentes como “Los tiempos de Altamira”, que sitúan al visitante en la vida cotidiana del Paleolítico a través de objetos, herramientas y reconstrucciones de técnicas de caza y de supervivencia.

Santillana del Mar

El viaje a Altamira se completa con el entorno inmediato de Santillana del Mar, declarado Conjunto Histórico-Artístico y miembro desde 2013 de la red Los Pueblos más Bonitos de España.

Sus calles empedradas, flanqueadas por palacios y casonas medievales, invitan a un recorrido pausado que conecta con la historia local. Además, la ubicación estratégica permite combinar la visita cultural con la naturaleza: a pocos kilómetros se extiende la costa del Cantábrico y, hacia el sur, las montañas de los Picos de Europa.

El impacto turístico de Altamira y Santillana se refleja en la vida cotidiana del municipio: la hostelería, los alojamientos rurales y los comercios de artesanía y productos típicos constituyen hoy el motor económico principal.

Para el viajero, esta oferta diversa se traduce en la posibilidad de disfrutar desde restaurantes tradicionales hasta mercados locales, reforzando la condición de Santillana del Mar como un destino de referencia en el norte de España.


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